El olor del café me trae muchos recuerdos, es increíble que algo que siempre ha estado y sigue estando tan presente en mi vida, tenga también esa capacidad de seguir removiendo antiguas vivencias. El recuerdo más antiguo que tengo es el de mi tío Manuel, pasando el café en la cocina de la casa. Lo hacía diariamente y con una paciencia infinita. Había que comprar el café recién molido en la bodega de Mateo el italiano, lo justo para que entre en la vieja coladera, poner la tetera en el fogón y dejar caer solo unas pocas gotas de agua hirviendo sobre el café. Nadie lo hacía como él. Nadie lo hará nunca como él, porque era como un ritual y porque todos lo queríamos como a un padre bondadoso. Lo llamábamos “papá mañu”. Era el hermano mayor y el único hombre de los 6 hijos de mi abuela (“mamá tere”). Nunca se casó aunque -según el mismo contaba-, tuvo muchas mujeres. Lo cierto es que la única mujer de su vida fue su madre –mi abuela-, a quién el amaba edípicamente.
Papá mañu fue mi verdadero padre, aunque apenas terminó la educación primaria, fue un gran amante de los libros y la lectura. En su juventud llevó una vida azarosa y disipada. Frecuento muchos lugares del país, haciendo todo tipo de negocios –generalmente fallidos-. Fue futbolista, boxeador, sastre, vendedor de enciclopedias, minero, vendedor de seguros, pero donde tuvo sus éxitos más rotundos fue en los bares que frecuentaba porque gran parte de su vida fue alcohólico. Nunca sabré si todas esas eran leyendas que de él contaban las mujeres de la familia. Yo lo recuerdo en mi infancia saliendo a trabajar con un maletín de cuero en la mano y unos manuales en inglés cuyo contenido él mismo no entendía. Cada vez que salía de casa dejaba una estela de Aqua Velva y yo sentía que salía a hacer cosas importantes.
El me enseñó a hacerme el nudo de la corbata, cuando aun no necesitaba usarla, me enseño a boxear y defenderme aunque nuca tuve la oportunidad de hacerlo, me enseño a amar los libros, a disfrutar de una buena taza de café recién pasado, a fumar a escondidas, a recibir los golpes de la vida con una sonrisa desafiante y a dedicar la vida entera a tratar de ser una buena persona. Yo admiraba a mi papa mañu y él siempre decía de mi: “este chico va a llegar a ser alguien”, por eso no soportaba cuando se molestaba conmigo y me retiraba la palabra. Ese podía ser el peor castigo para mi, peor aun que dejarme sin los cincuenta centavos de propina que me daba a diario para ir al colegio.
Un día salió a comprar el pan y nunca mas volvió, la muerte lo sorprendió en el camino con su bolsita de tela en la mano. Los médicos dijeron que fue su corazón. Me dejó como herencia su máquina de afeitar de bronce con su estuche de cuero, una pequeña colección de libros y el gusto por el café recién pasado. Estos son viejos recuerdos y sin embargo, yo sigo extrañando esos desayunos de café con leche fresca y pan francés con mantequilla, así como extraño de vez en cuando mis cincuenta centavos de propina. No importa cuánto tiempo pase, siempre me hará mucha falta mi papa mañu.
Dicen que la mejor composición es aquella que guarda las vivencias, el sentimiento y ésta es una de ellas, si es tuyo el texto sigue adelante con la narración, de verdad es muy atrayente.
ResponderEliminarYa me hiciste llorar a mares. Hubiera dado mi vida por haber tenido una figura tan importante en mi infancia (aparte de mis padres). Me has hecho acordar a MVLL en El Pez en el Agua cuando con el mismo cariño habla de su tío Lucho. Y te puedo asegurar que la eficacia narrativa no tiene nada que envidiarle a nuestro escritor.
ResponderEliminarSigue, Carlos, que ya te ganaste a una fan.