jueves, 3 de junio de 2010
LA MISS ALICIA
Estaba en primero de primaria y mi profesora de inglés era la Miss Alicia. Yo estudiaba en el Santa Martha, un pequeño colegio bilingüe que quedaba a dos cuadras de mi casa. De esa época recuerdo las mañanas frías y lluviosas de abril, los pantalones cortos de mi uniforme escolar, el cuello almidonado de la camisa que me causaba heridas en el cuello, mi primer par de lentes y el amor que sentía por la miss Alicia.
Para mí era un sentimiento nuevo y completamente extraño, sin embargo estaba seguro que yo amaba con toda mi alma a la miss Alicia. Los cursos de inglés eran por las tardes: Gramar, Reading, conversation, translation y no sé que mas pero lo importante para mí era que tenía la oportunidad verla todas las tardes. Ese amor de niño era tan grande, que sentía que era demasiado y ya me había resignado a guardarlo en el corazón pues no sabía qué hacer con él ni con quién compartirlo.
Un día mientras estábamos en el recreo, llegó a la puerta del colegio un señor que tenía una especie de batea de metal muy grande, donde metía un palito como de anticucho y mientras le daba vueltas, como por arte de magia, aparecía una especie de algodón rosado. Todos los chicos se lanzaban a comprarle mientras yo trataba de concentrarme en observar de dónde salía ese algodón. Tenía que empinarme para poder ver dentro de la batea y aun así no encontraba una explicación. Finalmente me compré el algodón de azúcar y me pareció tan rico que mi primer impulso fue comprar otro para la miss Alicia.
Recuerdo claramente cómo fui corriendo para buscarla y entregarle el algodón que le compré, hasta que de pronto me di cuenta que cuando estuviera frente a ella no tendría el valor de entregárselo. Pensé inmediatamente en una solución y decidí darle una sorpresa. Entré sigilosamente al salón, llegué hasta su escritorio, abrí el cajón donde guardaba sus cosas y metí el algodón de azúcar. Mi intención era sorprenderla con mi regalo, así ella sabría definitivamente quién y cuánto la quería.
Mi corazón latía muy fuerte mientras esperaba que termine el recreo para que ella reciba la sorpresa de mi regalo. Hasta que finalmente llegó el momento. Todos estábamos de regreso en el salón, la miss Alicia abre el cajón para sacar sus cosas y se encuentra con mi sorpresa. Cuando preguntó ¿quién puso esto aquí? La verdad el tono de su voz no parecía muy feliz, sin embargo sentía que mi corazón iba a explotar si no me paraba y decía Yo!!! Lamentablemente no contaba con que esa miel se iba a derretir con el calor e iba a estropear todas las cosas que la miss tenía allí. Pero es verdad que conseguí sorprenderla. Esa fue la primera y la única vez que me castigaron en el colegio.
En esos años aun se usaba mandar a arrodillarse en un rincón a los niños que cometían faltas, recuerdo que ninguno de mis compañeros comprendía por qué lloraba pero yo no podía dejar de hacerlo, mi pequeño corazón estaba destrozado. Mi segundo error ese día fue contarle a un compañero la razón de mi llanto porque desde ese momento comenzó a chantajearme con contarle a la miss Alicia lo que yo sentía por ella. Tuve que pagar su silencio con mi colección de carritos.
Yo ya había olvidado por completo esta anécdota hasta que muchos años después, cuando estaba terminando la universidad, me encuentro en la calle con la miss Alicia. Ella ya era una mujer de avanzada edad y caminaba por la calle con la mirada perdida y una bolsa de compras, pasó por mi costado y no me reconoció, pero yo sí a ella e inmediatamente volvieron a mi mente como un río los recuerdos de mi primera decepción amorosa.
Para mí era un sentimiento nuevo y completamente extraño, sin embargo estaba seguro que yo amaba con toda mi alma a la miss Alicia. Los cursos de inglés eran por las tardes: Gramar, Reading, conversation, translation y no sé que mas pero lo importante para mí era que tenía la oportunidad verla todas las tardes. Ese amor de niño era tan grande, que sentía que era demasiado y ya me había resignado a guardarlo en el corazón pues no sabía qué hacer con él ni con quién compartirlo.
Un día mientras estábamos en el recreo, llegó a la puerta del colegio un señor que tenía una especie de batea de metal muy grande, donde metía un palito como de anticucho y mientras le daba vueltas, como por arte de magia, aparecía una especie de algodón rosado. Todos los chicos se lanzaban a comprarle mientras yo trataba de concentrarme en observar de dónde salía ese algodón. Tenía que empinarme para poder ver dentro de la batea y aun así no encontraba una explicación. Finalmente me compré el algodón de azúcar y me pareció tan rico que mi primer impulso fue comprar otro para la miss Alicia.
Recuerdo claramente cómo fui corriendo para buscarla y entregarle el algodón que le compré, hasta que de pronto me di cuenta que cuando estuviera frente a ella no tendría el valor de entregárselo. Pensé inmediatamente en una solución y decidí darle una sorpresa. Entré sigilosamente al salón, llegué hasta su escritorio, abrí el cajón donde guardaba sus cosas y metí el algodón de azúcar. Mi intención era sorprenderla con mi regalo, así ella sabría definitivamente quién y cuánto la quería.
Mi corazón latía muy fuerte mientras esperaba que termine el recreo para que ella reciba la sorpresa de mi regalo. Hasta que finalmente llegó el momento. Todos estábamos de regreso en el salón, la miss Alicia abre el cajón para sacar sus cosas y se encuentra con mi sorpresa. Cuando preguntó ¿quién puso esto aquí? La verdad el tono de su voz no parecía muy feliz, sin embargo sentía que mi corazón iba a explotar si no me paraba y decía Yo!!! Lamentablemente no contaba con que esa miel se iba a derretir con el calor e iba a estropear todas las cosas que la miss tenía allí. Pero es verdad que conseguí sorprenderla. Esa fue la primera y la única vez que me castigaron en el colegio.
En esos años aun se usaba mandar a arrodillarse en un rincón a los niños que cometían faltas, recuerdo que ninguno de mis compañeros comprendía por qué lloraba pero yo no podía dejar de hacerlo, mi pequeño corazón estaba destrozado. Mi segundo error ese día fue contarle a un compañero la razón de mi llanto porque desde ese momento comenzó a chantajearme con contarle a la miss Alicia lo que yo sentía por ella. Tuve que pagar su silencio con mi colección de carritos.
Yo ya había olvidado por completo esta anécdota hasta que muchos años después, cuando estaba terminando la universidad, me encuentro en la calle con la miss Alicia. Ella ya era una mujer de avanzada edad y caminaba por la calle con la mirada perdida y una bolsa de compras, pasó por mi costado y no me reconoció, pero yo sí a ella e inmediatamente volvieron a mi mente como un río los recuerdos de mi primera decepción amorosa.
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